Muchos
jóvenes, cuando les dices que tienes fe, que crees en Dios, te preguntan:
"Ya, pero ¿dónde está Dios?" Como queriendo decir: "Vale, puede
estar muy claro para ti, pero yo no lo he encontrado". "Tu
respuesta no me vale, tengo que ser yo el que encuentre a Dios..."
En
el fondo, el "problema" se centra en que YO encuentre a
Dios. Pero, quizá, la
clave de la vida espiritual consista en darse cuenta que no se trata tanto
de que yo encuentre a Dios, sino de que ÉL me encuentre a mí. Sí,
simplemente que yo me deje alcanzar por su sorpresa, por pequeños destellos de
su luz que, con el tiempo, puedo ir recomponiendo, como mensajes de Dios para
mí.
No
somos nosotros, como vemos en el Antiguo Testamento, los protagonistas de esta
búsqueda-encuentro, sino Dios. Es, pues, imprescindible tener el coraje de
saber que, en este camino, tú no llevas las riendas. Por eso es un camino
hermoso y genial.
Algo
así le pasó a san Pablo: necesitó caerse de un caballo y reconocerse ciego
para empezar a "ver" a Dios. Quizá nosotros también estemos demasiado
acomodados en los caballos de nuestras seguridades, de nuestras modas, de
nuestros prejuicios sobre Dios; y necesitemos caernos de todo eso y reconocer
que somos ciegos, pero ciegos que BUSCAN, aunque sea a tientas.
No podemos saber, porque no está en nuestra
mano, cuánto durará esa búsqueda. Pero no debe importanos: la mera
búsqueda ya es el camino. Y tampoco ha de importanos que esa búsqueda
dure...¡¡¡toda la vida!!! De hecho, la búsqueda es la Vida, con mayúsculas: la vida con Jesús.
J.M.

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